Monte Hijedo

Tenía pendiente desde hace semanas dedicarle una artículo a este impresionante paraje. Estuve junto con unos amigos paseando por él con la primavera recién estrenada y creo que debo publicar algo antes de que nos adentremos definitivamente en el verano. Me gustaría además que no se juntara con otro que espero vendrá dentro de unos meses. Porque he puesto en mi lista de cosas por hacer acercarme hasta aquí de nuevo en otoño. Intuyo que el espectáculo será de los que te dejan con la boca abierta.


Los que seguís este blog ya sabeis que  siempre hay fotos y, a veces, algunos pensamientos que surgen de ellas o a través de ellas. O en una espiral sin principio ni fin. Nunca lo he tenido muy claro ni de momento voy a hacer un esfuerzo por aclararlo. Me gusta así.

Empiezo con una panorámica circular que me va a ayudar a expresar una idea. Podéis navegar por ella colocando el ratón sobre la foto y moviéndolo a derecha e izquierda mientras tenéis pulsado el botón izquierdo.



Está tomada al poco de internarnos en este bosque mágico. Sí, este bosque es como el de los cuentos. Estás caminando por una ladera de pradera despejada...


...y de repente, casi sin darte cuenta, das unos pocos pasos y parece como si te hubieran teletransportado a otro lugar.


 Me gusta fotografiar la naturaleza pero no me he decidido a especializarme en esta disciplina. A veces pienso que no merece la pena tanto derroche de tiempo y esfuerzo para plasmar las diferentes posibilidades de cada rincón de nuestro planeta. Otras (es lo que voy a tratar de transmitir en este artículo), creo que observar la naturaleza a través de fotos, es el colmo de la distorsión. Cuando te sitúas delante de la foto de un paisaje, tu rol de espectador es clarísimo. Te toca mirar y solo mirar. Cuando entras en el espacio natural de forma humilde y pausada (sobre una moto o un coche 4x4 no vale) ya no está nada claro quien mira y quien es mirado. De hecho, si estás dispuesto a recibirlas, son tantas las sensaciones que te llegan, que tu rol de observador queda completamente desbordado.

Puede que tu visión se extienda hacia el infinito.


Puede que no seas capaz de hacerla ir más allá de lo que te permite la frondosa vegetación que te rodea cuando caminas por el bosque.


O puede que prefieras concentrarla en esos detalles cercanos que adquieren protagonismo si eres capaz de separarlos de su entorno. 


Pero tus ojos no llegan a todo. Son tan rítmicos los sonidos del discurrir del agua, del temblor de las hojas agitadas por el viento, del canto de los pájaros; tan intensa la percepción  de la humedad y la brisa a través de la piel; tan sutiles los olores de la vegetación y la tierra mojada... En definitiva, tantos y tan agradables los estímulos que te envuelven que, si quieres, puedes dejarte ir y confundirte con ellos. Renunciar a tu condición de espectador para formar parte de la escena.

Seguiré tomando fotos de mis paseos por la naturaleza porque lo que veo me parece tan bello a veces que casi duele.






Pero lo haré sobre todo para estimular en mis lectores el deseo de adentrarse en el entorno natural. Hasta, en la medida de lo posible,  hacerse uno con él.

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