El verano terminó

Hace años había una canción de esas tontorronas que competían para conseguir el dudoso honor de ser "la canción del verano". Su estribillo decía algo así como: El verano ya llegó, ya llegó, ya llegó. Durante el paseo que he dado con unos amigos este fin de semana he sido plenamente consciente de lo contrario: El verano terminó, terminó, terminó. Oficialmente lo había hecho el 23 de septiembre (hace 10 días) pero las cosas no terminan cuando oficialmente lo hacen sino cuando uno se da cuenta de ello.
35 días de trabajo han sido suficientes para hacerme olvidar el de dónde vengo (un mes de vacaciones) y obligarme a pensar en el dónde estoy (once meses seguidos de trabajo si tengo la suerte de no perderlo). Los recuerdos del viaje a Irlanda (la guinda de unas estupendas vacaciones) se empiezan a desdibujar como si se cerrara sobre ellos la niebla. Queda además la prueba definitiva. Cuando te alejas de la ciudad descubres que el ciclo de las estaciones avanza inexorable. El cielo se cubre de nubes con mucha frecuencia, la luz del sol nos deja un poco antes cada día y los árboles empiezan ya, en un proceso sin retorno, a cambiar el color de sus hojas o a perderlas definitivamente.


Pudiera parecer que escribo este artículo con ese sombrío estado de ánimo propio del romanticismo.


Es correcto, me estoy lamentando. Lo necesito para asumir que lo pasado pasado está y poder así poner expectativas e ilusión en lo que ha de venir. En este proceso, casi al mismo tiempo que despido lo bueno que se fue con el verano, voy saludando a lo diferente (e igualmente bueno) que el otoño sin duda traerá.


Es el momento de ordenar ideas. De mirar de frente al desbarajuste de estímulos que llenan la cabeza cuando el buen tiempo te permite moverte de acá para allá sin tener que planificar lo que  harás mañana porque algo surgirá.


Ahora toca reflexionar, seleccionar y dar forma a unas pocas ideas porque vas a tener muchos días por delante para trabajar en ellas.


Pero si eres de los que prefieres no complicarte la vida con esta visión asociada a la responsabilidad y la eficiencia, haz como la perra de mi amigo. Ella pasa de las estaciones. Le da igual que haga frío o calor. Que llueva o que truene. Siempre tiene algo tras lo que correr, dedicarle unos segundos de moderada atención y cambiar sobre la marcha el objeto de su interés.



Todas las fotos de este artículo han sido tomadas en Zuazo de Coartango o alrededores. En la provincia de Araba.
La bonita perra de mi amigo se llama Kira. Espero que, si se deja, pueda hacerle en breve un estudio como el que en su día me permitió El Lolo.

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