De Aixerrota a Larrabasterra

El título de este artículo parece un ejercicio para practicar el complicado sonido "erre". Son en realidad los nombres de los lugares donde empieza y termina el paseo que vamos a recorrer. Se trata de uno de esos caminos que "vuelan" sobre el mar porque discurren muy cerca del borde de un acantilado.



El camino es otro de esos conceptos recurrentes en mis fotografías. Quizá porque pasear es la única actividad física que realizo últimamente. Quizá porque cada vez tomo menos fotografías y caminar me permite seguir haciendo alguna. Y sobre todo porque, cuando se lleva un buen tramo de la vida recorrido, cualquier camino se percibe como una alegoría de ese recorrido vital.


Este relato se estructura a partir de fotos tomadas mientras caminaba en el primer día de la primavera de 2016 (20 de marzo, domingo). No es la primera vez que vengo hasta aquí a pasear. Como el lugar reune tantas bondades (algunas evidentes, otras no tanto)  somos muchos los que lo recorremos. Cualquier día y con cualquier climatología pero sobre todo en las mañanas de los domingos y con buen tiempo.


Los datos de la ruta mejor los miráis aquí. En mi blog no me gusta mucho entrar en descripciones geográficas precisas. Para situar un poco el lugar, os diré que nosotros empezamos el recorrido en el parking que hay junto al molino de Aixerrota. El panorama que vemos en esta primera parte del paseo es el Puerto de Bilbao, en el Abra exterior.  


Esta vez lo terminamos (hay otras muchas alternativas) en el promontorio desde que el que se ven las playas de Arrietara y Atxabiribil, en el municipio de Sopelana.


Como la mañana estaba fantástica, el recorrido es muy suave y habíamos dejado el coche junto al molino, nos volvimos de nuevo caminando hasta Aixerrota. Ahora el sol estaba todo lo alto que la recién inaugurada primavera le permite y se podía ver muy a lo lejos la crestería de Amboto y el Monte Gorbea completamente nevado. Contamos con una meteorología muy caprichosa. Nieva poco y lo hace cuando el invierno está  terminando.


Estuve a punto de no llevar la cámara a este paseo. Nos pasamos la vida buscando la novedad y quitándole valor a lo conocido. No nos damos cuenta que nuestra existencia está llena de acciones rutinarias que realizamos sin pensar y de las que no disfrutamos. Esta es una defensa (no es la primera vez que la realizo) de lo cotidiano, de lo cercano, de lo conocido. El interés de lo que nos rodea no está tanto en si es nuevo o viejo sino en nuestra actitud al mirarlo. Cada paisaje y cada momento tienen un matiz diferente si lo observamos con cuidado.




Hay imágenes que pueden pasar desapercibidas pero que con cualquier pequeño detalle (como la incidencia sobre ellas de la luz), adquieren un dramatismo al que es difícil sustraerse.


Hay también lugares que invitan a pensar en los que los ocuparon. Como este bunker que alojó en su día una batería de costa (un cañón para defender la entrada del puerto).


Horas y horas de vigilancia con el mar y el cielo en la mirada del soldado de guardia. Acompañado en la mayoría de ellas por el aburrimiento, en unas pocas por la tensión y el miedo y seguro que en otras por los recuerdos agradables o la melancolía.


El mar. El cielo. Nunca he viajado en un barco hasta un punto en el que se pierdan las referencias de la costa. Supongo que todos los marineros (los navegantes solitarios sin ninguna duda) se han tenido que sentir en algún momento desvalidos en el medio de la nada, aferrados a su barco como el único soporte de la vida. Supongo también que, cuando consiguen acostumbrarse a esa sensación, disfrutaran de emociones muy intensas, sobrecogidos por la grandiosidad de lo que les rodea.


Resumiendo, un paseo ya conocido y al mismo tiempo recien descubierto. Una visión renovada cada vez de los acantilados, las playas y hasta de la luz del sol.






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